Raúl

Es relativamente fácil contabilizar los desaciertos de la gestión gubernamental de Raúl Ricardo Alfonsín. Casi tan sencillo como conocer los resultados de las carreras del domingo con el diario del lunes.

Menos simple resulta comprender la complejidad de esa rara epopeya; valga la tautología, aunque obvia no ociosa, dada nuestra tendencia recurrente a tratar de entender lo complejo con miradas simples y lineales. La construcción de una democracia - no sólo de sus instituciones formales sino también de su puesta en valor, como cultura ciudadana - en una nación devastada y enajenada tenía riesgos y vulnerabilidades enormes. Algunos fueron subestimados por el equipo de gobierno, otros fueron relativizados por una oposición hostil, la mayoría fueron obliterados por una sociedad que aspiraba a resultados rápidos sin medir costos ni esfuerzos.

El paso de Alfonsín por la vida pública y por la historia política argentina excede a su paso por el gobierno. Antes, durante y después, imprimió en nuestra cultura política modelos de civismo, pluralidad, sentido del derecho, coraje frente a un partido militar vigoroso y con poder, audacia frente a las fórmulas repetidas y los comportamientos cíclicos. El legado de Alfonsín es un plexo de valores y emprendimientos únicos y originales, y esto lo saben tanto sus prosélitos como sus detractores, al punto que un inventario de sus aportes a la consolidación de la democracia argentina es, al menos por estas horas, innecesario.

Lo mío es personal, no es una crónica, no una biografía. Ni siquiera un homenaje. Casi, casi, es un reproche: Por qué no supo o no pudo incluir en ese legado otros liderazgos que tuvieran su estatura moral y su instinto. Tal vez, simplemente, no se podía. Es una patología común a nuestras vulnerables democracias latinoeamericanas. Lo cierto es que, en pocas horas o días, sé que voy a padecer una desoladora sensación de orfandad.

Descuento el honrado y profundo cariño con que lo despedirán sus seguidores, incluyéndome.

Sólo espero que sus detractores sepan despedirlo con respeto y un mínimo de gratitud.

De sus enemigos, no espero nada. Supo ganárselos.

 

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