Patriarcado es una palabra incómoda porque no interpela a unos efectos secundarios indeseables sino a un sistema.
Las mujeres de todo el mundo occidental contemporáneo tienen un acceso desigual, restringido e injusto al conjunto de los derechos sociales, económicos y culturales. Las mujeres que viven en sociedades integristas o con modelos productivos esclavistas ni siquiera tienen garantizados los derechos humanos de primera generación: vida, libertad, integridad.
Para el voluntarioso bienpensante todo esto es un desequilibrio que "alguien" debe ocuparse de ajustar; son efectos colaterales. Es una mirada comparable a la de la "teoría del derrame": así como algún día el reparto de riqueza acumulada va a llegar a los pobres, también el reparto de derechos confiscados va alcanzar a las mujeres, pobrecitas ellas.
Comprender y asumir la existencia del patriarcado como un sistema de configuración y gestión del poder es más complicado para el macho cordial, porque amenaza sus privilegios o, en el mejor de los casos, lo obliga a cambiar de paradigma.
Por eso el macho amable no entiende el feminismo, que esencialmente es el movimiento de liberación contra el patriarcado.
El macho simpático se resiste a verse a sí mismo como otra víctima del patriarcado, ni siquiera se acepta como un engranaje descartable de un modelo de poder opresivo y excluyente; la ilusión aspiracional de pertenecer a la jerarquía patriarcal y gozar de sus privilegios lo ciega y atonta.
El voluntarioso nunca admitirá que el patriarcado mata mujeres.
Le resulta mucho más fácil creer que los feminicidios son consecuencia de que hay hombres malos, marginales, inadaptados, contra los cuales exige la máxima persecución penal, creyendo o fingiendo creer que a metiendo presos a esos "otros", los ejecutores, no habrá #NiUnaMenos
Y se cuelga el cartel.
Y tiene razones, porque para él ni una menos significa ni una mujer menos en la cocina, en el putero, en la farándula, en los trabajos informales, en las changas. Si nos siguen matando putitas - piensa - nos quedaremos sin cardumen donde hacer casting.
Sí, es cierto, estos voluntariosos son una minoría execrable y oportunista. La mayoría de ellos - y de ellas, porque también las hay - simplemente reduce la cuestión a una mejor prevención de la violencia contra las mujeres.
Lo cual es imprescindible, pero un mejor policiamiento preventivo no termina con el modelo, apenas atenúa sus expresiones más letales. Y no por mucho tiempo.
El patriarcado es una construcción histórica, compleja, vigente, de magnitud planetaria y eje cultural y organizacional de un modelo económico y productivo.
Por lo tanto, se puede cambiar. Por lo tanto hay que estudiarlo o, mejor dicho, hay que leer a los muchos que muy seriamente lo estudiaron, y dejar de usarlo - a favor o en contra - como latiguillo o chicana argumentativa.
La historiadora Gerda Lerner - Viena 1920, Madison, Wisconsin, 2013 - publicó en 1986 The creation of patriarchy, primer volumen de Mujeres e Historia, seguido de The creation of Feminist Consciousness: From the Middle Ages to 1870, editado a su vez en 1994.
En su introducción La creación del patriarcado enumera las hipotesis de trabajo, los diez objetivos que se propone desarrollar y demostrar en su libro.
Se trata, en mi opinión, de la mejor síntesis sobre el patriarcado. Estos son los puntos:
a) La apropiación por parte de los hombres de la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres ocurrió antes de la formación de la propiedad privada y de la sociedad de clases. Su uso como mercancía está, de hecho, en la base de la propiedad privada.
b) Los estados arcaicos se organizaron como un patriarcado; así que desde sus inicios el estado tuvo un especial interés por mantener la familia patriarcal.
c) Los hombres aprendieron a instaurar la dominación y la jerarquía sobre otros pueblos gracias a la práctica que ya tenían de dominar a las mujeres de su mismo grupo. Se formalizó con la institucionalización de la esclavitud, que comenzaría con la esclavización de las mujeres de los pueblos conquistados.
d) La subordinación sexual de las mujeres quedó institucionalizada en los primeros códigos jurídicos y el poder totalitario del estado la impuso. A través de varias vías se aseguró la cooperación de las mujeres en el sistema: la fuerza, la dependencia económica del cabeza de familia, los privilegios clasistas otorgados a las mujeres de clase alta que eran dependientes y se conformaban, y la división, creada artificialmente, entre mujeres respetables y no respetables.
e) Entre los hombres, la clase estaba y está basada en su relación con los medios de producción: quienes poseían los medios de producción podían dominar a quienes no los poseían. Para las mujeres, la clase estaba mediatizada por sus vínculos sexuales con un hombre, quien entonces les permite acceder a los recursos materiales. La separación entre mujeres «respetables» (es decir, ligadas a un hombre) y «no respetables» (es decir, no ligadas a un hombre o totalmente libres) está institucionalizada en las leyes concernientes a cubrir con velo la figura femenina.
f ) Mucho después que las mujeres se encontraran sexual y económicamente subordinadas a los hombres, aún desempeñaban un papel activo y respetado al mediar entre los humanos y los dioses en su calidad de sacerdotisas, videntes, adivinadoras y curanderas. El poder metafísico femenino, en especial el poder de dar vida, era venerado por hombres y mujeres en forma de poderosas diosas mucho después que las mujeres estuvieran subordinadas a los hombres en casi todos los aspectos de su vida terrenal.
g) El derrocamiento de esas diosas poderosas y su sustitución por un dios dominante ocurre en la mayoría de las sociedades del Próximo Oriente tras la consolidación de una monarquía fuerte e imperialista. Gradualmente, la función de controlar la fertilidad, hasta entonces en poder de las diosas, se simboliza con el acto de unión, simbólica o real, del dios o el rey divino con la diosa o su sacerdotisa. Por último, se separa la sexualidad (erotismo) y la procreación con la aparición de una diosa distinta para cada función, y la diosa madre se transforma en la esposa o consorte del principal dios masculino.
h) El resurgimiento del monoteísmo hebreo supondrá un ataque a los numerosos cultos a las distintas diosas de la fertilidad. En el relato del Libro del Génesis se atribuyen el poder de creación y el de procreación a un dios todopoderoso, cuyos epítetos de «Señor» y «Rey» lo identifican como un dios masculino, y que asocia toda sexualidad femenina, que no sea con fines reproductores, al pecado y al mal.
i) Con el establecimiento de la comunidad de la alianza, el simbolismo básico y el contrato real entre Dios y la humanidad dan por hecha la posición subordinada de las mujeres y su exclusión de la alianza metafísica y la comunidad terrenal de la alianza. Su única manera de acceder a Dios y a la comunidad santa es a través de su papel de madres.
j) Esta devaluación simbólica de las mujeres en relación con lo divino pasa a ser una de las metáforas de base de la civilización occidental. La filosofía aristotélica proporcionará la otra metáfora de base al dar por hecho que las mujeres son seres humanos incompletos y defectuosos, de un orden totalmente distinto a los hombres. (Capítulo 10.) Es con la creación de estas dos construcciones metafóricas, que se encuentran en las raíces de los sistemas simbólicos de la civilización occidental, con lo que la subordinación de las mujeres se ve como «natural» y, por tanto, se torna invisible. Esto es lo que finalmente consolida con fuerza al patriarcado como una realidad y como una ideología.
1 comentario:
MUY interesante. Gracias, Eddie.
Neno.
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