El ágora es el espacio de lo privado-público. A diferencia de la "ecclesia", que para los griegos representaba lo puramente público, y del "oicos", el hogar, el ágora - originalmente la plaza del mercado - constituye el ámbito del diálogo social, el punto de encuentro en el que se ejercita y se construye la ciudadanía.
Quizás el ágora sea, en la modernidad avanzada, el más paradojal y contradictorio de los experimentos humanos. Al mismo tiempo transparente hasta la obscenidad y opaco hasta la más negra de las soledades, el ágora contemporánea alega promover lo colectivo pero confirma y profundiza el individualismo más cerril y desasosegado.
Del intercambio múltiple, del diálogo, del debate de ideas y pasiones, sólo parece mantenerse en pie como actividad social primaria el consumo. Consumo de bienes y servicios, pero también de vínculos, relaciones y sensaciones, casi siempre superfluos y desechables.
Como los medios de comunicación tomados en su prosaica dimensión de herramientas o soportes, las redes sociales son también porciones de la "plaza". Como su nombre lo indica, son plataformas vacías; sólo el tránsito de lo humano les otorga sentidos y significados.
Pero, a diferencia de los medios, las redes carecen en principio de "dueños" que les impriman una representación de ideologías e intereses. Aparecen como más horizontales e igualitarias. Heterárquicas. Si en esa horizontalidad de relaciones simétricas y carentes de "centro" o de núcleos de decisión reside su valor de oportunidad, entonces una buena pregunta sería de qué modo los usuarios se valen de esa oportunidad.
Muchos de esos usuarios se vienen mostrando capaces de sumarse a la creación de sentidos colectivos. Primero, por afinidades electivas. Más tarde, por la promoción de debates que en los medios clásicos suelen tener un epacio marginal.
Al mismo tiempo, otros usuarios no hacen otra cosa que repetir y amplificar su desespero, creyendo tal vez que una suma infinita de soledades genera un colectivo nuevo o un espacio de cambio. Ambos formatos, y la mezcla de ellos, le van dando a la red un colorido múltiple y contradictorio, donde aún domina el intercambio "crudo", sin elaboración, como si en cada espacio de Facebook , Myspace, Twitter u otra red se replicara la inconclusa discusión en una esquina o en un taxi: Una serie de afirmaciones yuxtapuestas e inconexas. Desde luego, no es éste un problema primario de las redes, sino que las redes se hacen eco de la calidad real de nuestro diálogo social.
En Facebook y sus análogos "hay de todo" del mismo modo como en la sociedad "hay de todo". Lo que no hay en Facebook, lo sabemos bien, son los millones de seres humanos excluidos, que no sólo carecen de computadora y conexión a internet, sino también de techo, comida y vacunas.
Pensar las redes sociales es una muy interesante propuesta de laboratorio. Usar las redes para pensar podría ser un desafío práctico aún más interesante. Pensar, especialmente, qué podemos hacer para recuperar ciudadanía, algo que tenemos en común nosotros, los más afortunados, con los otros, los más desposeídos: Todos estamos privados de ciudadanía en algún grado.
No es posible pensar una gesta liberadora o, como diría Morin, "una política del hombre", por fuera de las nuevas herramientas de comunicación e interconexión, y efectivamente las redes ya han demostrado su capacidad de movilización.
Lo que, a mi juicio, sigue pendiente de debate son los modos discursivos que posibiliten el salto de calidad, de una mera yuxtaposición de afirmaciones intuitivas a una elaboración de diagnósticos, propuestas y también modelos de intervención (que es la palabra que mejor define la acción)
La red 2.0 puede ser una herramienta portentosa, siempre y cuando seamos extremadamente críticos con ella., para prevenir que se convierta en la versión web de Big Brother. Y ése es un lugar donde no quiero estar.
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