Patriarcado: sus diez eslabones según Gerda Lerner.



Patriarcado es una palabra incómoda porque no interpela a unos efectos secundarios indeseables sino a un sistema.


Muchos voluntariosos bienpensantes la toman como un adjetivo de trinchera. Unos se irritan, otros sonríen con condescendencia, los más se repatingan en el almohadón intelectual del "no es para tanto"

Las mujeres de todo el mundo occidental contemporáneo tienen un acceso desigual, restringido e injusto al conjunto de los derechos sociales, económicos y culturales. Las mujeres que viven en sociedades integristas o con modelos productivos esclavistas ni siquiera tienen garantizados los derechos humanos de primera generación: vida, libertad, integridad.

Para el voluntarioso bienpensante todo esto es un desequilibrio que "alguien" debe ocuparse de ajustar; son efectos colaterales. Es una mirada comparable a la de la "teoría del derrame": así como algún día el reparto de riqueza acumulada va a llegar a los pobres, también el reparto de derechos confiscados va alcanzar a las mujeres, pobrecitas ellas.

Comprender y asumir la existencia del patriarcado como un sistema de configuración y gestión del poder es más complicado para el macho cordial, porque amenaza sus privilegios o, en el mejor de los casos, lo obliga a cambiar de paradigma.

Por eso el macho amable no entiende el feminismo, que esencialmente es el movimiento de liberación contra el patriarcado.

El macho simpático se resiste a verse a sí mismo como otra víctima del patriarcado, ni siquiera se acepta como un engranaje descartable de un modelo de poder opresivo y excluyente; la ilusión aspiracional de pertenecer a la jerarquía patriarcal y gozar de sus privilegios lo ciega y atonta.

El voluntarioso nunca admitirá que el patriarcado mata mujeres.

Le resulta mucho más fácil creer que los feminicidios son consecuencia de que hay hombres malos, marginales, inadaptados, contra los cuales exige la máxima persecución penal, creyendo o fingiendo creer que a metiendo presos a esos "otros", los ejecutores, no habrá #NiUnaMenos

Y se cuelga el cartel.

Y tiene razones, porque para él ni una menos significa ni una mujer menos en la cocina, en el putero, en la farándula, en los trabajos informales, en las changas. Si nos siguen matando putitas - piensa - nos quedaremos sin cardumen donde hacer casting.

Sí, es cierto, estos voluntariosos son una minoría execrable y oportunista. La mayoría de ellos - y de ellas, porque también las hay - simplemente reduce la cuestión a una mejor prevención de la violencia contra las mujeres.

Lo cual es imprescindible, pero un mejor policiamiento preventivo no termina con el modelo, apenas atenúa sus expresiones más letales. Y no por mucho tiempo.

El patriarcado es una construcción histórica, compleja, vigente, de magnitud planetaria y eje cultural y organizacional de un modelo económico y productivo.

Por lo tanto, se puede cambiar. Por lo tanto hay que estudiarlo o, mejor dicho, hay que leer a los muchos que muy seriamente lo estudiaron, y dejar de usarlo - a favor o en contra - como latiguillo o chicana argumentativa.



La historiadora Gerda Lerner - Viena 1920, Madison, Wisconsin, 2013 - publicó en 1986 The creation of patriarchy, primer volumen de Mujeres e Historia, seguido de The creation of Feminist Consciousness: From the Middle Ages to 1870, editado a su vez en 1994.


En su introducción La creación del patriarcado enumera las hipotesis de trabajo, los diez objetivos que se propone desarrollar y demostrar en su libro.

Se trata, en mi opinión, de la mejor síntesis sobre el patriarcado. Estos son los puntos:

a) La apropiación por parte de los hombres de la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres ocurrió antes de la formación de la propiedad privada y de la sociedad de clases. Su uso como mercancía está, de hecho, en la base de la propiedad privada.

b) Los estados arcaicos se organizaron como un patriarcado; así que desde sus inicios el estado tuvo un especial interés por mantener la familia patriarcal.

c) Los hombres aprendieron a instaurar la dominación y la jerarquía sobre otros pueblos gracias a la práctica que ya tenían de dominar a las mujeres de su mismo grupo. Se formalizó con la institucionalización de la esclavitud, que comenzaría con la esclavización de las mujeres de los pueblos conquistados.

d) La subordinación sexual de las mujeres quedó institucionalizada en los primeros códigos jurídicos y el poder totalitario del estado la impuso. A través de varias vías se aseguró la cooperación de las mujeres en el sistema: la fuerza, la dependencia económica del cabeza de familia, los privilegios clasistas otorgados a las mujeres de clase alta que eran dependientes y se conformaban, y la división, creada artificialmente, entre mujeres respetables y no respetables.

e) Entre los hombres, la clase estaba y está basada en su relación con los medios de producción: quienes poseían los medios de producción podían dominar a quienes no los poseían. Para las mujeres, la clase estaba mediatizada por sus vínculos sexuales con un hombre, quien entonces les permite acceder a los recursos materiales. La separación entre mujeres «respetables» (es decir, ligadas a un hombre) y «no respetables» (es decir, no ligadas a un hombre o totalmente libres) está institucionalizada en las leyes concernientes a cubrir con velo la figura femenina.

f ) Mucho después que las mujeres se encontraran sexual y económicamente subordinadas a los hombres, aún desempeñaban un papel activo y respetado al mediar entre los humanos y los dioses en su calidad de sacerdotisas, videntes, adivinadoras y curanderas. El poder metafísico femenino, en especial el poder de dar vida, era venerado por hombres y mujeres en forma de poderosas diosas mucho después que las mujeres estuvieran subordinadas a los hombres en casi todos los aspectos de su vida terrenal.

g) El derrocamiento de esas diosas poderosas y su sustitución por un dios dominante ocurre en la mayoría de las sociedades del Próximo Oriente tras la consolidación de una monarquía fuerte e imperialista. Gradualmente, la función de controlar la fertilidad, hasta entonces en poder de las diosas, se simboliza con el acto de unión, simbólica o real, del dios o el rey divino con la diosa o su sacerdotisa. Por último, se separa la sexualidad (erotismo) y la procreación con la aparición de una diosa distinta para cada función, y la diosa madre se transforma en la esposa o consorte del principal dios masculino.

h) El resurgimiento del monoteísmo hebreo supondrá un ataque a los numerosos cultos a las distintas diosas de la fertilidad. En el relato del Libro del Génesis se atribuyen el poder de creación y el de procreación a un dios todopoderoso, cuyos epítetos de «Señor» y «Rey» lo identifican como un dios masculino, y que asocia toda sexualidad femenina, que no sea con fines reproductores, al pecado y al mal.

i) Con el establecimiento de la comunidad de la alianza, el simbolismo básico y el contrato real entre Dios y la humanidad dan por hecha la posición subordinada de las mujeres y su exclusión de la alianza metafísica y la comunidad terrenal de la alianza. Su única manera de acceder a Dios y a la comunidad santa es a través de su papel de madres.


j) Esta devaluación simbólica de las mujeres en relación con lo divino pasa a ser una de las metáforas de base de la civilización occidental. La filosofía aristotélica proporcionará la otra metáfora de base al dar por hecho que las mujeres son seres humanos incompletos y defectuosos, de un orden totalmente distinto a los hombres. (Capítulo 10.) Es con la creación de estas dos construcciones metafóricas, que se encuentran en las raíces de los sistemas simbólicos de la civilización occidental, con lo que la subordinación de las mujeres se ve como «natural» y, por tanto, se torna invisible. Esto es lo que finalmente consolida con fuerza al patriarcado como una realidad y como una ideología.

Tucumán, la Feudal

La tierra de la dualidad extrema y de la estructura feudal intacta, del derecho de pernada vigente y del Malevo Ferreyra – una rata considerada valiente por matar chicos desarmados por la espalda y por pegarle a presos atados a la silla -, del general secuestrador y asesino que cargaba pobres en camiones para depositarlos en la provincia vecina, y al que luego eligieron gobernador por voto popular, es también la tierra en la que el valiente abogado e improvisado general Manuel Belgrano, en inferioridad de condiciones, doblado en número, puso en fuga a los godos de Pío Tristán hace justo 200 años.Cuánta vergüenza sentirían esta noche don Manuel y el coronel Eustoquio Díaz Vélez al ver su heroico legado emputecido hasta la náusea, la ley basureada por sus propios custodios, el corajudo y sufrido pueblo criollo humillado, escupido y lacerado por una cáfila de proxenetas protegidos. Cuánto dolor, también, sufrirían el cañero Benito Romano y tantos mártires.Qué doloroso epítome del poder concentrado y permanente, de esa alianza tan silenciosa como obscena entre caciques que simulan, al amparo de las formas y a la sombra de la doble moral, competir por la representatividad, mientras se asocian en el saqueo, en un contrato perverso hereditario.Ignoro el remedio, pero el escándalo tiene que ser, necesita ser, tan fuerte que se oiga en cada arrabal del mundo donde otra niña sea robada para las fauces inmundas de los rufianes y los violadores.

“Tucumán Arde” fue una obra de concepción y realización colectiva y multidisciplinaria que se montó el 3 noviembre de 1968 en la sede de la “CGT de los Argentinos” de Rosario, y más tarde en Buenos Aires, para denunciar la opresión de la dictadura de Onganía en esa provincia.




La foto – intervenida por mí para esta dolorosa ocasión, 44 años después – formó parte de la muestra original.


Entro otros, participaron de la experiencia “Tucumán Arde” Noemí Escandell, Graciela Carnevale, María Teresa Gramuglio, Martha Greiner, María de Arechavala, Estela Pomerantz, Nicolás Rosa, Aldo Bortolotti, José María Lavarello, Edmundo Giura, Rodolfo Elizalde, Jaime Rippa, Rubén Naranjo, Norberto Puzzolo, Eduardo Favario, Emilio Ghilioni, Juan Pablo Renzi, Carlos Schork, Nora de Schork, David de Nully Braun, Roberto Zara, Oscar Pidustwa, Domingo Sapia, Raúl Pérez Cantón y Sara López Dupuy de Rosario; Graciela Bortchwick y Jorge Cohen, de Santa Fe, y León Ferrari, Roberto Jacoby y Beatriz Balbé de Buenos Aires. 

El nombre de la muestra colectiva fue ideado por la artista Margarita Paksa (Buenos Aires, 1936), del instituto Di Tella, actualmente profesora titular e investigadora en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata) y maestra de escultura y técnicas proyecturales en la Escuela Prilidiano Pueyrredón del IUNA.

Bricolaje

En estado de cultivo, un puchero de ideas volcadas en varios grupos, disparadas por un par de preguntas incisivas una escritora amiga,  una sobre la reiteración – o amontonamiento - de muertes  de buena gente, y la otra sobre mis visiones de antes y de ahora. 

Planteaba hace diez años, en un seminario que dictaba sobre “Crisis y comunicación en la modernidad avanzada”, con eje en la lectura de Bauman, mi angustia ante "la desaparición de los sabios" (Aun cuando no era tan simple la fórmula que usaba, podría condensarla así) 

Postulaba entonces - ahora, a mis 62, ya no lo percibo del mismo modo - que las mentes más iluminadoras, las que nos ofrecían marcos cognitivos y éticos superiores, estaban envejeciendo sin dejar herederos.

Morin, Castoriadis -ya había fallecido-, Bobbio, Prigogine –ambos, poco después-, Umberto Eco, el propio Bauman, Capra, Maturana y otra docena más, mujeres y hombres de singular talento y sabiduría, estaban cerca de partir y no tenían reemplazo. La generación siguiente - sostenía yo - brillaba en campos específicos y fragmentados de la ciencia, bastante menos en las artes, muy escasamente en la política, mientras el pensamiento-marco se quedaba sin voces.

Quedaban inteligentes, quedaban innovadores, quedaban algunos creadores, pero no habrían de quedar – según yo temía -los sabios. Los debates fueron muy interesantes; yo buscaba provocar el compromiso con la lectura y el pensamiento crítico y abierto para que "el trabajo de los sabios" pudiera continuarse; hasta cierto grado, la provocación funcionaba. Mis estudiantes me refutaban con contagioso optimismo.

Pero lo que realmente me angustiaba - más allá de la retórica que desplegaba con propósito didáctico - era el tema de "las voces", es decir, no ya lo que podíamos perder en materia de producción libresca, sino de testimonio directo, contemporáneo, frente a los avatares del mundo. Me angustiaba el sentimiento de orfandad porque, frente cualquier cataclismo social o moral, en medio de la confusión y del mercadeo de noticias sesgadas y fabricadas, ellos podían hablar con una autoridad imperativa para poner luz.

Es decir, yo no me sentía huérfano porque mis "padres" dejarían de escribir, sino por algo más inmediato y acuciante: ya no podrían hablar en mi nombre; sentía que el mundo se iba a quedar sin voz y representación frente a la atrocidad. 

Así lo expresé en 2005, cuando murió Arthur Miller: “Con él cerca, - escribí- el amenazado mundo de las verdades hondas y la inteligencia crítica era un sitio más seguro” No me refería sólo al dramaturgo, sino especialmente al cruzado insobornable contra la banalidad, la corrupción y la injusticia. 

Imagino que esa idea de "morirse antes de tiempo", en muchos casos cierta, tiene también que ver con que los que se van son quienes hablan por nosotros, quienes abogan por nuestros sueños y dolores desde una posición influyente. Quizás no nos dolería tanto si estuviésemos seguros de que otros toman la antorcha.

Quizás - sólo quizás - no nos sentiríamos huérfanos si supiéramos que nosotros mismos ya capturamos una porción de ese fuego para seguirla portando en alto. 

El cambio que he advertido a lo largo de esta última década consiste en que las diversas y múltiples redes de seguidores, lectores, difusores y ampliadores de aquella sabiduría de los maestros es fuerte, vigorosa y, en cierto punto, autopoiética.

Esa capacidad de generación y regeneración nos hace sentir menos huérfanos y más hermanados. La revolución de las NTICs - o parte de ella- se ha encargado de tejer un ágora que no existía como tal en 2001, cuando empecé a dictar esos seminarios.

Con el antropólogo Mario Rabey tuvimos no hace mucho un interesante intercambio acerca de estos nuevos fenómenos que integran y replican plataformas, donde los diferentes espacios no se solapan ni aglomeran, sino que hacen sinergia. Rabey me decía que estamos cerca de una revolución comparable a la de la invención de la imprenta.   

De la mano de Carlos Neri, Diana Fernández Zalazar y Mariano Lopata, conocí el debate multiplicador que fomentan en una cátedra flexible y vigorosa, inspirada – entre otros – por el gran Narciso Benbenaste.  A muchos de quienes aquí cito como  portadores de la antorcha los conocí gracias a las redes sociales. A decenas de otros, repartidos por el mundo, los conozco a través de la interacción de los blogs.


En aquellos días iniciales del siglo XXI  yo no podía imaginarme hurgando en "En busca de la política", de Bauman, o en "Introducción al pensamiento complejo", de Morin, o gozando con la versión de Baremboin del 5º Concierto de Beethoven, o la versión musical de Guilmour del soneto 18 de WS... en simultáneo con otro centenar de personas distribuidas en todos los continentes. 

Los que se fueron muriendo no nos dejaron solos, nos dejaron conectados y con el mandato de transformar esa conexión en una alianza invencible.

Arthur Miller, 1915-2005 Daniel Baremboim, 1942 Michel Foucault, 1926-1984 Edgar Morin, 1921 Fritjof Capra, 1939 Ilya Prigogine, 1917-2003 David Guilmour, 1946 Richard Wright, 1943-2008 Zygmunt Bauman, 1925 Cornelius Castoriadis, 1922-1997 Rita Levi-Montalcini, 1909 Marguerite Yourcenar, 1903-1987 Susan Sontag, 1933-2004 Gore Vidal, 1925 Norberto Bobbio, 1909-2004 Noam Chosmky, 1928

Yo también soy feminista


El feminismo no tiene simétrico de género porque es un movimiento humano, NO femenino, a favor de la igualdad de derechos de la mujer, basado en la idea de que cualquier forma de agravio real o simbólico a las mujeres es un agravio a la humanidad y que, a la recíproca, la liberación de las mujeres de las condiciones AÚN persistentes de desigualdad y vulnerabilidad significará para TODOS un mundo más inclusivo, justo y libre.    


Tales agravios incluyen: casi el triple en los índices mundiales de analfabetismo, menos de un tercio de la renta total mundial, menos de un sexto de la propiedad de la tierra, botín de guerra durante y después de los conflictos, más del 95 por ciento de casos fatales en situaciones de violencia familiar, acoso laboral de distinto grado en todos los países sin excepción, altísima victimización en ataques sexuales luego de desastres naturales como terremotos o tsunamis, la más alta proporción de víctimas fatales en esos mismos desastres, por estar relegadas de las destrezas de supervivencia (ej. mujeres de Indonesia que no saben nadar), señaladas como fuentes de mal y pecado por todos los fundamentalismos religiosos de oriente y occidente, menor salario por igual trabajo y un sinnúmero de vergonzosos etécteras.  

Las asociaciones veloces y triviales entre el término feminismo y la militancia “antivarón” son producto de insuficiente información, estupidez o cinismo, tanto de varones como de mujeres.    


La actualidad y vigencia del feminismo derivan del hecho incontrastable de que las distintas formas de misoginia – brutales o sutiles – están vigentes:    


La “putificación” de las mujeres es un leit motiv de alto rating en la televisión. La mujer idiota, la mujer fetiche, la mujer ama de casa, son el target central de los mensajes publicitarios. Incluso en grupos y organizaciones de alto nivel intelectual, como asociaciones profesionales, las mujeres tienen que “elegir” entre ser bellas o inteligentes, porque la noción masculina del poder no concibe – más bien no tolera – la presencia simultánea de ambas virtudes. 


El lenguaje político y organizacional, público y grupal, sigue preñado por el eje machista. Un hombre en el poder será llamado por sus opositores cabrón, hijueputa, maldito, ladrón o lo que fuere. Una mujer en el poder será llamada, por sus opositores, yegua, puta, ovárica, histérica; da igual que hablemos de un país, una empresa o un organismo internacional.     


No hay oposición ni exclusión recíproca, sino total convergencia, entre el feminismo y la lucha por la inclusión, la justicia, la dignidad, la promoción y defensa de los derechos humanos, el cuidado ambiental, contra el hambre, la miseria y la humillación, contra la violencia de Estado y todas las variables de racismo, contra la trata y la prostitución infantil.



El que confunde feminismo con el antiguo daguerrotipo de una ceñuda sufragista perpetra dos imbecilidades juntas: La primera es que atrasa en su concepto y pretende que los que atrasan son los otros. La segunda es que no entiende el respeto y la admiración que merece esa valiente sufragista de hace un siglo.   


Esto es cosa de hombres. Y mujeres. Machos, abstenerse. 

Los paraguas de Boluburgo


(A TRUE STORY)

Llueve, eso es notorio.

Con dificultad, serpenteamos sobre las veredas rotas y barrosas de la City. Veredas quebradas y sucias que conducen a casas bancarias opulentas y pulidas al Blem. Más que un contraste, cursi de tan obvio, una foto de la lenidad: los bancos, como frentistas, son responsables por sus veredas, y el gobierno local, como depositario del poder de policía, es quien debería obligarlos a hacerse cargo.

Los perros cagan 35 toneladas por día en las calles de Buenos Aires. Los bancos cagan a 35.000 personas por día solamente en el microcentro.

Los caminantes, cagados por los bancos y los perros y la burocracia,  y meados por la inclemencia – también selectiva – del dios Meteoron, no tenemos nada en común, salvo la condición negativa de  víctimas de esa negligente confabulación de iniquidades. Nada; sólo somos obstáculos recíprocos, fragmentos caníbales de un contrato cívico muerto al nacer.

Nos empujamos, nos cagamos a paraguazos en esa incestuosa pelea por llegar antes a ningún lugar. El enemigo somos nosotros pero, a diferencia del Pogo de Walt Kelly, aún no lo hemos descubierto, y es improbable que lleguemos a develarlo antes de la próxima glaciación.

Hoy no traje paraguas. Camino bajo las cornisas, como creo que es el derecho de los que no usamos paraguas. Cuando lo llevo, lo sostengo alto y, si lo inclino, siempre es hacia la calle. Como mi estatura es algo superior a la estándar, el resto de la piara ambulante tiene poco riesgo de que mi paraguas se clave en sus ojos. Por la misma razón, mi cara es un imán para los paraguazos; con los años, he desarrollado sinuosas tácticas de evasión, no siempre eficaces.

Ahora, por ejemplo, se acerca esta señora de estatura media, edad indefinida, cara gris y paraguas rojo – lo único colorido en ese misil ciego e indiferenciado que embiste contra la masa – que usurpa el sendero bajo las marquesinas. Su rojo caparazón, inclinado con aviesa letalidad hacia el resto de sus enemigos, duplica el ancho de su trayectoria.

Como era previsible, el monstruo me embiste. Mientras trato de desincrustarme de la mejilla las púas de su escudo rojo, su mirada gris y boba enfoca mi cara y sus labios planos se abren en lo que yo, cándido, imagino que será una disculpa. Pero no, de su boca sólo emerge un monosilábico reproche: “¡Eh!”

Me planto y respondo: “¡Señora, usted además de egoísta e insolidaria, es muy bruta!”

Protesta: “Y usted un maleducado”

Un motoquero que está acomodando su cabalgadura en la acera ha visto la escena y me ha lanzado un gesto solidario. Esa clásica boca que se frunce hacia adentro y esos ojos que claman oblicuamente al cielo, y que sólo pueden significar “pero qué tipa más pelotuda”,  me infunden un tibio coraje.

“No, AHORA voy a ser maleducado: Usted váyase a la concha de su madre, y hágalo rápido antes de que le meta ese paraguas de mierda por la boca y se lo saque por el culo ¡Ya! Raje de acá!” Me parece que me oyeron hasta en Tandil.

El motoquero colapsa en una carcajada paroxística mientras Caperucita Roja corre como un cuí entre los charcos. Estoy enojado.

La risa del motoquero , la sonrisa gentil de otra dama que había estado fuera de cuadro, y una mano cordial que desde atrás se apoya en mi hombro, fungen de pararrayos para mi furia. Me empiezo a reír y la piara se hominiza y se colorea.

Por un momento, pareciera como que sí estamos descubriendo al enemigo.


Halloween y el pensamiento binario



El rechazo a Halloween, en su condición de frívola impostura metida a la fuerza en la Cultura Shopping es legítimo y suscribible.

La abominación absoluta de Halloween y su tosca oposición con las fiestas de la Pachamama, en cambio, no lo son. Expresan una matriz de pensamiento binario - sí o no - y la lógica del tercero excluido - si es A no puede ser B - que renuncia a indagar en los antecedentes.

Si se hiciera esa indagación histórica - sin demasiado esfuerzo - podría surgir quizás otra oposición, también reduccionista, pero no tan binaria. Y la podríamos expresar así: No a Halloween, sí a Samhain, que es como la Pachamama de los Celtas, el año nuevo natural de irlandeses, escoceses, gallegos y asturianos antes de la colonización cristiana.

Porque Halloween - condensación All Hollows' Eve, Víspera del Día de Todos los Santos - fue la expropiación, por parte de la Iglesia, de las fiestas paganas de Wiccas y Druidas, consideradas "heréticas". Tal expropiación redujo al 31 de octubre una fiesta que, en realidad, duraba entre cinco y siete días, en la luna llena entre el equinoccio boreal de otoño y el solsticio de invierno, comenzando alrededor del 7 de noviembre, mes de Samonio  (Samhain), cuando se iniciaba la mitad oscura  del año.

La coincidencia más o menos simétrica con el año nuevo austral originario, también en torno de una luna llena, no es accidental: Los pueblos elegían el fin de la cosecha y el inicio del tiempo de guarda - con el encendido de los hogares - para marcar el final de un ciclo y el inicio del otro. Los revolucionarios franceses recogieron esta vuelta a lo natural para confeccionar su nuevo calendario, que iniciaba el 22 de septiembre, rebautizado 1º de Vendimiario. Este adelanto de la fecha, así como el atraso a la última de las cosechas gruesas, a fines de diciembre, tampoco era caprichoso: En distintas latitudes, ritos similares elegían fechas diferentes para marcar el hito anual, pero siempre entre finales de septiembre y de diciembre, lo que en el hemisferio sur tiene su correspondencia entre finales de marzo y de julio.

Es la secuencia de los ciclos agrícolas, asociados con los buenos espíritus y la honra de los antepasados, lo que la Iglesia más tarde vino a "bendecir", alcanzando el punto máximo al fechar el nacimiento de Jesucristo en la noche del 24 de diciembre, en torno del solsticio de invierno. Más, aún se apropió de la conífera que los celtas adornaban con bebida y alimento y coronaban con fuego para guiar a los viajeros extraviados en los bosques, y la convirtió en árbol de Navidad, con la estrella de Belén en lugar de la linterna ígnea.

Halloween es colonizante hoy porque lo fue en la Edad Media. Pero no siempre fue así. Su arraigo en los Estados Unidos fue obra de los inmigrantes irlandeses, expulsados de su tierra natal por la Gran Hambruna de 1845-49, secuela del saqueo y la invasión dictatorial británica al mando de Cromwell dos siglos antes. Los irlandeses, despojados de su tierra por los británicos, llevaron Halloween a su nueva patria para celebrar la recuperación de la labranza. Por muchos años, antes y después de la cristianización, Halloween-Samhain fue una fiesta de la libertad y del goce del los frutos de la tierra.

Su transformación en un sinsentido con calabazas y caramelos en Alto Palermo y el Paseo Alcorta es una imbecilidad hija de las relaciones carnales de los '90, que justifica el rechazo pero no legitima delirios como algunos que están circulando por internet, como que los druidas sacrificaban niños para ofrendarlos a los espíritus de las cosechas.

La banalización comercial de Halloween es odiosa y globalizante. El origen de la fiesta es virtuoso y de una profunda universalidad.