Yo también soy feminista


El feminismo no tiene simétrico de género porque es un movimiento humano, NO femenino, a favor de la igualdad de derechos de la mujer, basado en la idea de que cualquier forma de agravio real o simbólico a las mujeres es un agravio a la humanidad y que, a la recíproca, la liberación de las mujeres de las condiciones AÚN persistentes de desigualdad y vulnerabilidad significará para TODOS un mundo más inclusivo, justo y libre.    


Tales agravios incluyen: casi el triple en los índices mundiales de analfabetismo, menos de un tercio de la renta total mundial, menos de un sexto de la propiedad de la tierra, botín de guerra durante y después de los conflictos, más del 95 por ciento de casos fatales en situaciones de violencia familiar, acoso laboral de distinto grado en todos los países sin excepción, altísima victimización en ataques sexuales luego de desastres naturales como terremotos o tsunamis, la más alta proporción de víctimas fatales en esos mismos desastres, por estar relegadas de las destrezas de supervivencia (ej. mujeres de Indonesia que no saben nadar), señaladas como fuentes de mal y pecado por todos los fundamentalismos religiosos de oriente y occidente, menor salario por igual trabajo y un sinnúmero de vergonzosos etécteras.  

Las asociaciones veloces y triviales entre el término feminismo y la militancia “antivarón” son producto de insuficiente información, estupidez o cinismo, tanto de varones como de mujeres.    


La actualidad y vigencia del feminismo derivan del hecho incontrastable de que las distintas formas de misoginia – brutales o sutiles – están vigentes:    


La “putificación” de las mujeres es un leit motiv de alto rating en la televisión. La mujer idiota, la mujer fetiche, la mujer ama de casa, son el target central de los mensajes publicitarios. Incluso en grupos y organizaciones de alto nivel intelectual, como asociaciones profesionales, las mujeres tienen que “elegir” entre ser bellas o inteligentes, porque la noción masculina del poder no concibe – más bien no tolera – la presencia simultánea de ambas virtudes. 


El lenguaje político y organizacional, público y grupal, sigue preñado por el eje machista. Un hombre en el poder será llamado por sus opositores cabrón, hijueputa, maldito, ladrón o lo que fuere. Una mujer en el poder será llamada, por sus opositores, yegua, puta, ovárica, histérica; da igual que hablemos de un país, una empresa o un organismo internacional.     


No hay oposición ni exclusión recíproca, sino total convergencia, entre el feminismo y la lucha por la inclusión, la justicia, la dignidad, la promoción y defensa de los derechos humanos, el cuidado ambiental, contra el hambre, la miseria y la humillación, contra la violencia de Estado y todas las variables de racismo, contra la trata y la prostitución infantil.



El que confunde feminismo con el antiguo daguerrotipo de una ceñuda sufragista perpetra dos imbecilidades juntas: La primera es que atrasa en su concepto y pretende que los que atrasan son los otros. La segunda es que no entiende el respeto y la admiración que merece esa valiente sufragista de hace un siglo.   


Esto es cosa de hombres. Y mujeres. Machos, abstenerse. 

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