La tierra de la dualidad extrema y de la estructura feudal intacta, del derecho de pernada vigente y del Malevo Ferreyra – una rata considerada valiente por matar chicos desarmados por la espalda y por pegarle a presos atados a la silla -, del general secuestrador y asesino que cargaba pobres en camiones para depositarlos en la provincia vecina, y al que luego eligieron gobernador por voto popular, es también la tierra en la que el valiente abogado e improvisado general Manuel Belgrano, en inferioridad de condiciones, doblado en número, puso en fuga a los godos de Pío Tristán hace justo 200 años.Cuánta vergüenza sentirían esta noche don Manuel y el coronel Eustoquio Díaz Vélez al ver su heroico legado emputecido hasta la náusea, la ley basureada por sus propios custodios, el corajudo y sufrido pueblo criollo humillado, escupido y lacerado por una cáfila de proxenetas protegidos. Cuánto dolor, también, sufrirían el cañero Benito Romano y tantos mártires.Qué doloroso epítome del poder concentrado y permanente, de esa alianza tan silenciosa como obscena entre caciques que simulan, al amparo de las formas y a la sombra de la doble moral, competir por la representatividad, mientras se asocian en el saqueo, en un contrato perverso hereditario.Ignoro el remedio, pero el escándalo tiene que ser, necesita ser, tan fuerte que se oiga en cada arrabal del mundo donde otra niña sea robada para las fauces inmundas de los rufianes y los violadores.
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