El futbolismo patológico, el general Santander y otros negocios redondos

1. Declaración preliminar

El fútbol es casi seguramente el más bello deporte de conjunto, el mejor espectáculo posible en una cancha y una pasión que atraviesa sin fronteras las naciones, las clases y los credos.

También es de una singularidad inusual.

Es un juego complejo; piensen solamente que un resultado promedio en fútbol anda entre los 0 y los 5 tantos por partido, mientras en el básquet – bellísimo también – se pueden marcar 170 puntos, lo que habla de la dificultad para llegar a la meta y abatirla. Es cierto que el fútbol tiene arquero o guardavalla o portero, pero también lo tienen las distintas variantes del hockey, el fútbol australiano y otros, pero sólo en el fútbol un partido con un resultado 1 a 0 puede ser una gloria llena de suspenso y adrenalina.

Es complejo asimismo por la antinatural exigencia física: La pelota se conduce con los pies y corriendo.

Pero es también, y al mismo tiempo, el único deporte complejo que puede jugar cualquiera, en cualquier espacio, con cualquier número de jugadores y usando cualquier objeto redondo. El fútbol se puede jugar en la vereda con un bollo de papel, con suéteres doblados en el suelo marcando los arcos.

Claro que no cualquiera llega a ser una estrella mundial de fútbol, pero lo curioso es que no requiere más talento que para ser músico, neurocirujano o astronauta, sino bastante menos.

Quien esto escribe tiene los pies redondos, como dicen en el barrio. Nunca cazó un fulbo, como dicen también. Paso a primera persona, porque la retórica de la tercera se la dejo a los jugadores, expertos en hablar de sí mismos como si fueran otro tipo. Nunca cacé un fulbo. Para mí correr con una pelota entre los pies es un milagro, lo que me inspira un alto respeto hacia quienes lo hacen con tanta naturalidad, respeto que no confundo con idolatría. Bueno, no siempre; me he babeado viendo jugar a Pelé y a Bochini, a veces a Maradona – aunque no lo quiero nada – y últimamente a Messi, que no termina de caerme bien, aunque eso a ustedes no tiene por qué importarles.

De adolescente incursioné brevemente en el rugby, por una sola razón: la pelota se lleva con la mano. Era lo único que me importaba. Era alto y me ponían de segunda línea. De grande, como no me gusta correr, me enamoré del golf – quizás el más bello de los deportes individuales - aunque nunca jugué bien. También me entusiasmé mucho, durante más tiempo, con el kung fu, pero eso no es un deporte, como bien decía el Maestro Chen.

Volvamos al fútbol. No sé jugar pero sé mirar. La mayoría de los futboladictos piensan que esto no es posible. Si tuvieran razón, debería saber tocar el piano para diferenciar a un Baremboim de un Gelber, o a un Oscar Peterson de un Príncipe Kalender, pongamos. O debería saber pintar para diferenciar un Picasso de un Greco o un Dégas, o a éstos de una supuesta “instalación” consistente en un gato trepado a una mesa.

Porque sé mirar, me animo a decir que el fútbol de hoy no me gusta una mierda. Veinte jugadores marcándose en cuatro metros cuadrados más que fútbol parece una cinchada. Pero eso no ocurre porque no sepan jugar – como dije más arriba, cualquiera que no sea un tronco como yo sabe jugar al fútbol – sino porque hay demasiado dinero involucrado. Saben jugar pero no “juegan” en el sentido estricto del término; se marcan, se matan, se desesperan, hay miles y millones de pesos haciendo presión.

Pasa también en el tenis, vieron? Por eso abusan de la “doble falta”. Para ajusticiar el contrario con “aces”. En la primera, apuntan; en la segunda matan. En las dos, gritan como si les arrancaran pelo púbico con una tenaza. No juegan. No hay voleas. Hay ejecuciones. Hay demasiada plata. Inventaron la cancha rápida, las raquetas tamaño Airbus; un juego de fuerza y velocidad. Hay que hacerse millonario en cinco o siete años o morir en el intento.

Pero no nos vayamos por los encordados.

Nadie
juega al fútbol. Solamente los brasileros juegan. Por plata o sin ella, ganando o perdiendo, juegan. Bailan. Se hamacan. Dan siempre un espectáculo. Por eso yo hincho por Brasil cuando quedamos afuera en los mundiales. Por ejemplo, en el mundial de Francia. Estaba rodeado de energúmenos que en la final hinchaban por Francia, porque Brasil era nuestro rival ¿Francia? ¿Desde cuando nos gusta el fútbol francés?, exclamaba yo. Bueno, pero yo soy un tipo raro. Soy hincha de Independiente, saben, pero no quiero que Racing se vaya al descenso. Y cuando Racing le ganó la Copa del Mundo al Celtic de Escocia celebré a los gritos; no hinchaba por los lejanos escoceses sino por los primos de Avellaneda. Así soy yo, por eso me dicen que no entiendo nada de fútbol.

Será por eso que no entiendo, tampoco, por qué carajo en un deporte que involucra millones de dólares, en una industria de contratos, transferencias, sponsors, televisación que mueve un volumen de negocios incalculable, los clubes están fundidos y en la Argentina de hoy no se puede iniciar el campeonato. Una empresa monopólica, con un enorme edificio propio entre las Catalinas y Puerto Madero, controla el espectáculo del fútbol y del periodismo deportivo - sí del espectáculo del periodismo deportivo, no del periodismo deportivo en general, aunque casi, se entiende - y factura billones, pero los clubes están fundidos.

Lo que me lleva a la segunda cuestión del título: El general Santander.

2. Los libertadores de América: San Martín, O’Higgins, Bolívar y Toyota.

El chiste no es mío sino del humorista gráfico Caloi. Hace unos años, cuando la Copa Libertadores de América cambió su patriótico nombre por el de Copa Toyota Libertadores, su personaje Clemente del diario Clarín de Buenos Aires preguntó: “Quién fue el general Toyota”.

Claro, eso pasa únicamente en nuestro desdichado subcontinente, reino de las desigualdades.

Veamos. El patrocinio privado del arte, el espectáculo y el deporte es bienvenido. Sin Coca Cola, una entrada para ver a los Rolling Stones podría costar 1.000 dólares. Pero no por eso la gira del grupo se llama “The Coca Cola Stones Tour”. Hay un límite; se compra el auspicio, no se compra el nombre propio; no se privatiza una institución cultural.

Tampoco es probable que un día visitemos París y nos encontremos con la “Tour Citroên Eiffel” o la iglesia de “Notre Dame de Peugeot”.

O que el British Museum pase a llamarse “British Lloyds Museum”. Ni la estatua de la Libertad pasaría a llamarse “The Liberty Manhattan Bank Statue”.

De hecho, la copa mundial de fútbol no se ha llamado, hasta ahora, Mater Card ni Quilmes ni Cinzano. El torneo de golf de Augusta se sigue llamando de Augusta, y la Copa Dunhill, bueno, fue creada ex profeso por Dunhill, no se la compraron a la Federación de Escocia.

Pero aquí no. Aquí, pese a los cientos de millones de dólares en juego, las asociaciones de fútbol, y lo clubes mismos, están tan fundidos que veden hasta los azulejos de los vestuarios. Y la Copa se llamó ayer Toyota, como el gigante automotor japonés, y hoy se llama Santander, como el gigante financiero español. El general Santander les ganó la guerra de la Independencia, 200 años después, a los Libertadores.

Los clubes están fundidos.

Pero hay cinco o seis listas peleando por la conducción del Club River Plate de Argentina. Y están gastando en la campaña casi tanta plata como en una campaña política nacional ¡Epa! ¡Qué generosos! ¿Todo ese esfuerzo por una tarea árida, sacrificada y ad honorem? Hmmm....Y en medio de ese derroche obsceno – miren las carteleras de Buenos Aires, si no me creen – el campeonato de mitad de año no puede empezar porque se les adeudan sueldos a los jugadores.

3. Cincuenta millones de dosis de rehidratación oral por mes (o más o menos)

La Pulga Messi va a cobrar en el Barza un millón de euros por mes. El Barza no está fundido y puede pagarlo. Si yo fuera español, el Barza sería el club de mis amores y me gustaría que Messi siguiera jugando allí, joder!

Pero hay algo inmoral en todo esto. Quiero decir, no es individualmente inmoral que Messi cobre ese despropósito; finalmente es un ídolo del fútbol y hay muchos que pagan muchísimo dinero y uno pocos que ganan muchísimo dinero –más que Messi, sí – con el negocio del fútbol. Lo inmoral aquí es más difuso. Hay muchas cosas que necesitan dinero y se dejan de hacer por falta de dinero; ergo, pagarle a un jugador de fútbol por mover las patas dos horas por semana el equivalente a 1.200 viviendas económicas por año es un despilfarro inmoral.

Sí, sí, la guerra es más cara. Muchísimo más. Pero ya sabíamos que la guerra es inmoral. No hay razón que legitime esa comparación. A menos que – como algunos piensan – el deporte se haya convertido en una prolongación de la guerra por otros medios.

Debe serlo, porque ahora los generales se llaman Gillete, Santander, Toyota y – en cualquier momento – Pfizer y Roche. Debe serlo, porque los altos mandos juegan al ajedrez mientras los soldados ponen el cuerpo. Y los giles, la plata de las entradas para que los matones, los "barras" cobardes mal llamados “barrabravas”, subsidiados por los altos mandos, nos rompan el cráneo mientras miramos el partido.

2 comentarios:

Carlos Neri dijo...

Sin contar que al menos Messi al menos puede como otros mostrar dotes de habilidoso en la cancha, en el medio están los intermediarios, familiares algunos, profesionales otros, que en muchos casos han sido pobres futbolistas o cortes del rey cercanas al jugador que se llevan su inmoral parte, teniendo menos habilidad para la pelota que vos y yo juntos. Si es cierto en ese aspecto el fútbol es inmoral, y en el caso local, terminamos todos pagandole a los clubes vía subsidios, los malos negocios de los directivos, Va el centro cabecee Eddie, que algún día de estos hacemos un gol

Anónimo dijo...

Hola, para variar llego tarde pero queria dejar mi comentario.
Es una inmensa inmoralidad las ganancias en todos los deportes de élite (fútbol, basket, tennis, automovilismo, etc) en las modas, en el cine. Es obseno que ganen esas fortunas en unos pocos años (que ganen buena plata es una cosa, no el despropósito actual)cuando hay poblaciones completas con carencias y hambrunas.... cuando el término medio del argentino hoy trabajando apenas subsiste.
Un saludo bajoneado
Pablo